lunes, 3 de septiembre de 2007

Lúgubre aprehensión.

Perdida. O tal vez un poco extraviada.
Cuando la mente se va, y las manos son solo una extensión del inconsciente ocurren estas cosas.
Yo me escapo de esa jaula de incertidumbres y el limite es solo una imagen casi inexistente.
Cara.
Cuántas manos se ven por la calle, y que pocas son las que me seducen. No hay razón válida para explicar por qué no todas son las elegidas, pero algunas manos son tan sabias... Blancas, morenas, y hasta enrojecidas. Aquéllas que tienen marquitas como arrugas, que tímidas se asoman y compiten con el tiempo. Los años aun no han encontrado la fórmula de ganarle a estas perfectas imperfecciones. Con el paso de tantos días, imposible disfrazarlos, ni mucho menos engañar a los ojos que atentas las observan. Contracara.
Cuanto que dicen las manos...
Y sin embargo, los acreedores de las caricias esperan desahuciados en el plagio de la melancolía.
No hay melodía que sacie la soledad ambigua.
En algún sitio sabía que te iba a ubicar. Gustas de la tranquilidad, pero los excesos nunca fueron buenos. Es difícil compartir, y la soledad...
la soledad agobia.
Y de repente siente como el veneno recorre sus venas. ¿Será por eso que siempre tiene frío?
La tristeza es una forma de lejanía y la risa se convierte en utopía.
Las falsas expectativas.
Cara.
Y los puentes...
Los puentes siempre llaman a cruzarlos. Algunos se ven tan sólidos, imposibles de caer y del otro lado, un destino más que deseado.
El hombre puso un pie en él, quería irse y tal vez algún día volver. Qué pequeñas son las imágenes que ilustran su concepción de la felicidad. Pisó. Pisó mas fuerte, caminó. Al fin sonrío, tanta seducción ahora tenía sentido. Contracara.
¿Cuánta seducción que ofrecen los puentes, no?
Al fin sonrió, pero el puente se cayó. El hombre jamás volvió. Sin embargo lo logró. Él ya se encontró. Estaba mucho más cerca de lo que esperaba. Tantas lunas temiendo cruzarlo... odiaba las despedidas.

Pero mi debilidad, siempre fueron las miradas. Por eso tantos ojos miro, y en muy pocos encuentro la mirada. Algunos son simplemente un elemento de visión. Qué desperdicio! Teniendo tanto campo para la imaginación, y los enigmas que se esconden tras las miradas enriquecen el alma de sublimes sensaciones. Cuanta dulzura que amarga la mirada cuando lloras. Pero purifica el ser, o al menos algo así.
En algún momento de la vida todos vuelven a su origen. Instante imaginario que convergen en una mística perfección la vida y la muerte. Cuando los extremos de una soga que nace con la vida y termina con la muerte comienzan a atraerse y a seducirse, y captan ese instante. Ambos puntos se tocan, se gustan y se consumen. Muere. Pero si ese círculo no cierra, todo vuelve a la vida. Un nuevo plazo comienza a correr y rige la oportunidad. Un tiempo más de gracia para lograr lo que no se atrevieron a encontrar en la vida terrenal. Si la llave no se encuentra la puerta no se abre. Y si la puerta no se abre, no se ingresa a la tierra. Efímero vuelo atmosférico.

En su defecto me quedaría un rato más así. Como asesinando mis palabras que se divierten en un laberinto temeroso ansiosas por salir. Cuanta locura. Por alguna puerta ha de escapar. Mejor dejo que se aleje, que cruce el puente, que encuentre unas manos suaves y fuertes y muera con la mirada antes de que se me arruguen las manos.

Ironía inteligente. No dices nada.

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