lunes, 3 de septiembre de 2007

Los caramelos...

Cayó al vacío.
Era de color azul y quemaba. Era intenso y acariciaba. Un tenue calor que abrigaba su desdeñable tristeza.
Continuaba en su efímera tolerancia de no saber contemplar los absurdos... aun extrañaba el vino.
Enrojecido por el viento, frío, errante, tajante, único, indeseable.
Amarillo tus besos, muerde tu boca embriagada en sed eterna de no tenerme, no llegarme, no absorberme.
El deseo acecha en tu sangre. Impulsas tus pasos a su cama.
Y aunque la busques entre sabanas, dormida, eterna, dulce, virginal, no la encontrarás.
Corrió, con las manos frías, y los labios sangrando, sus piernas temblando, sus ojos llorando, su silencio gritando. Era un grito tan bello y penetrante que jamás lo olvidaré.
Liberación. El peso del agobio había escondido el sonido de su voz. Dicen, algunos afortunados dicen, que su voz era preciosa cuando se permitía saltar. Que amaba la lujuria, las sensaciones, la intensidad, la risa, la búsqueda infinita de la verdad.
Pero a veces caminaba, lento, muy lento, con la tranquilidad característica que solo te deja un orgasmo eterno de pasión prohibida. Las caricias que encienden la piel, que obligan a encender el fuego cuidando de no quemar y logran marear tu cabeza haciéndote olvidar de tu existencia. Ese llegar al punto más alto, lejano, deseado, dorado!
Sin imaginar entras en un mundo desconocido, que solo alguna vez te permitiste recorrer en sueños. Pero ahora estas despierto, sos solo vos y tu sueño.
Abre tu boca, llévate ese caramelo, no pierdas un solo detalle. Tan dulce, suave, aterciopelado, cerca está la menta... pero el chocolate que lo recubre siempre va a estar para bajar la sensación de frío en tu garganta.
Y entonces, corriste las sabanas con la pasión de siempre. Buscaste, hurgaste por las dudas de que se hubiera convertido en transparente. Tu ángel no estaba esperándote esta madrugada. Y pensaste lo de siempre, que se fue tras de otro hombre, una que la quisiera de verdad. Y con ese pensamiento tan lineal y consecuente buscaste en sus pertenencias una pista de esta infidelidad que rezaba aventura.
De bares y luces, de noches sin sombra, buscaste, y no la encontraste.
Y volviste a la cama, oliste las sabanas, besaste las baldosas y te acercaste a la ventana. Buscaste un caramelo, y no había ni uno de menta y chocolate. En ese instante pudiste comprender... te había engañado, y lo había disfrutado tanto, tanto, que por cada grito de placer lo sació con caramelos.
Mañana será otro día te dijiste en tono amigable, ese que solo tu conoces. Vendrá y me despertará con mi desayuno preferido, el perfume que me excita, la canción que despabila, pensaste. Y así te dormiste, pensando que mañana volvería, relajada, fresca, bienamada.
Sin embargo, ella había querido caramelos y no los encontró.
Qué pena, parece que algunos hombres no entienden que el agotamiento de caramelos de menta y chocolate pueden convertirse en motivo de suicidio.

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